lunes, 16 de agosto de 2010

siempre a deshora

Lo de los relojes siempre me recordó a Alicia. No sé, lo del conejo y todo eso. Busco desde hace tiempo un reloj de cuerda que se cuelgue del cuello. Y hace un par de meses descubrí que una amiga tiene uno. Y lo quiero.
Ella, que es mágica por cierto, dice que se lo regaló su hermana, pero yo estoy convencida de que alguien se lo dejó en la puerta, de regalo, y lo trajo de algún sitio lejano y exótico. Estoy convencida que se reirá cuando lea esta nota. Pero, Sherezade, te sigo de cerca. Estoy segura de que el origen del reloj es bien distinto a la sencilla explicación que suele dar...
Y lo imagino porque en los últimos días he esbozado la lista de motivos por los que quiero este reloj. Y lo cierto es que podría revelarla hoy.
Quiero esta pequeña esfera atada a mi cuello para experimentar si harían interferencias el corazón y el segundero. El corazón y el minutero. O si puede medirse de alguna forma el compás de ambos cuando de pronto un segundo pasa como una hora, y parece que se te para el corazón, y cuando en cambio el reloj pasa tan deprisa que crees que has dejado de vivir sin darte cuenta. Y en cambio todo ha sido tan intenso que se te olvida pensar.
En los dos casos creo que un reloj es una buena herramienta para mantener los pies atados al suelo cuando más se necesita.
Y... Creo que he descubierto la clave de mi amiga la mutante.

Foto: Marta K.

2 comentarios:

Elena -sin h- dijo...

Los relojes dicen siempre más de la cuenta, quizás por eso el mío está parado... lo bueno es que sé que el tuyo sonará fuerte y no te atará nunca. Y reflejará lo grande, grande que eres. Enorme.

Te lo dice una mutante ;)

kay dijo...

Me encanta encontrarte en las esferas (Siempre)