El cementerio. El cementerio dentro del parque de bonaval, ese en el que María tiene una foto con su cámara y su micrófono. Ese en el que tocó Fon Román y yo fui a ver sola. Ese en el que, en cada tumba, habían colocado velas, velas verdes, velas recubiertas de un celofán o plástico rojo, como el de las iglesias. Sólo en Galicia hacen eso sin pensar, de forma innata. Juegan con la muerte. La muerte convive con ellos de una forma natural. La honran, la celebran... La lloran (claro) pero se trenza con la vida de la gente, se funde con ellos al caer la tarde, por las noches. En aldeas, en bosques. En cementerios de gallegos ilustres como el de bonaval. Fui feliz en Galicia; viviendo allí y respirando el aire de la libertad, de estar sin nadie, de empezar de cero. Sentada en ese césped largo, sin cortar desde hacía días, húmedo por la lluvia de media hora a media tarde; con las piernas cruzadas tocando las hierbas con mis dedos, sentí que era feliz. Y que poco después del final de ese concierto, del exmiembro de Piratas, me iba a ir a tomar unos vinos con la pandilla más maravillosa del mundo. Esa que no puedes apreciar del mismo modo cuando estás en mitad de la catástrofe. Pero que, pese a ello, nunca deja de formar parte de tu piel y de tu historia. Debería vivir cada minuto como si fuera el último. Echo de menos demasiado el tiempo que pasó y que no va a volver. Siempre he adolecido de eso. Talón de aquiles. Talón... con sandalias. En Bonaval. Tan libre.
en ocasiones no damos cuerda al reloj en la dirección adecuada y con la potencia precisa. Llegar a tiempo no siempre equivale a llegar en hora o según los planes. Porque a veces, llegamos a tiempo cuando perdemos el autobús, cambiamos los planes en el último segundo o improvisamos un viaje solos
sábado, 29 de junio de 2013
Fon
El cementerio. El cementerio dentro del parque de bonaval, ese en el que María tiene una foto con su cámara y su micrófono. Ese en el que tocó Fon Román y yo fui a ver sola. Ese en el que, en cada tumba, habían colocado velas, velas verdes, velas recubiertas de un celofán o plástico rojo, como el de las iglesias. Sólo en Galicia hacen eso sin pensar, de forma innata. Juegan con la muerte. La muerte convive con ellos de una forma natural. La honran, la celebran... La lloran (claro) pero se trenza con la vida de la gente, se funde con ellos al caer la tarde, por las noches. En aldeas, en bosques. En cementerios de gallegos ilustres como el de bonaval. Fui feliz en Galicia; viviendo allí y respirando el aire de la libertad, de estar sin nadie, de empezar de cero. Sentada en ese césped largo, sin cortar desde hacía días, húmedo por la lluvia de media hora a media tarde; con las piernas cruzadas tocando las hierbas con mis dedos, sentí que era feliz. Y que poco después del final de ese concierto, del exmiembro de Piratas, me iba a ir a tomar unos vinos con la pandilla más maravillosa del mundo. Esa que no puedes apreciar del mismo modo cuando estás en mitad de la catástrofe. Pero que, pese a ello, nunca deja de formar parte de tu piel y de tu historia. Debería vivir cada minuto como si fuera el último. Echo de menos demasiado el tiempo que pasó y que no va a volver. Siempre he adolecido de eso. Talón de aquiles. Talón... con sandalias. En Bonaval. Tan libre.
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