martes, 26 de abril de 2011

Una ciudad vivida en 120 palabras


Bailamos descalzos en la Piazza Nabona cuando al final la encontramos. Apareció allí, de pronto con su chelista a la vuelta de una calle, como se muestra la Fontana de Trevi a la vuelta de la tienda de helados donde me compraste uno de chocolate y menta después de drogarnos un buen rato. Luego tiramos unas monedas... abrí las manos para que las pusieras tú, que yo dudo que volvamos a Roma, te dije... y mucho menos juntos... aunque lo prometieras cogiéndome las manos detrás de dos licores de almendras. Te van a encantar, me dijiste... que yo no lo había probado nunca, ni eso ni el amor verdadero, ni que piensen en ti todo el tiempo y te quieran con obsesión aunque duerman con otra. Entonces yo no sabía nada de aquello. Pero tampoco ahora lo olvido. La vida me sabe a amaretto. Amaneció poco después de arrancarnos los labios detrás de todos los puestos de pósters y hacía frío y el sol escalaba por las paredes del coliseo mientras las vespas corrían por las calles sin mirar los semáforos. Mientras, las manos más madrugadoras unían patios con colores de tela colgados con pinzas. La noche antes te dormiste mirándome todo el tiempo. Me di cuenta pero me hice la dormida para que no dejaras de hacerlo. Nunca nadie ha vuelto a hacerlo de esa forma. Y tú no quieres verme y yo te borraría todas las líneas hasta dejarte totalmente en nada. Bluf. Ceniza

2 comentarios:

Elena -sin h- dijo...

A veces duele tanto encontrarse en líneas ajenas...

Alonso Trenado dijo...

muy bueno!