martes, 6 de julio de 2010

desengrasar cuesta horrores

He visto las aceras derretirse mientras los paseantes, vestidos con ropa que jamás llevaría, pasean por escaparates de ropa que posiblemente nunca podré comprarme. Vivo en una calle amarilla llena de balcones sin pudor, separados como máximo por 15 metros (no soy amiga de las medidas) que se mueren de calor. Es fácil imaginar y espiar la vida a través de los enormes ventanales, ahora muchas veces
abiertos, e incluso escuchar qué películas prefieren, cuál es el cuadro que manda en el salón y qué les gusta hacer antes de dormir... Abrir el portón a cualquier hora entre las diez y las cinco es como abrir los ojos por la mañana cuando te han subido la persiana de pronto. En este aspecto yo nunca sufro este impacto en mi habitación, me gusta que la luz se cuele despacito por la puerta o por las contraventanas y me gusta imaginar qué hora será y pensar cuántas cosas pasarán y podrán darme una historia... El verano en Madrid y en julio aturde... pero no tengo ninguna intención en decirle al sol que se vaya. Aunque cada mañana todo parezca gelatina. Me gusta la gelatina.



Foto: AlonsoT

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