domingo, 25 de octubre de 2009

Relojes de Nashville

Nadie la vio entrar, pero aquel 24 de octubre Jane les esperó durante dos horas y veinte minutos en el tercer piso de aquel edificio residencial al nordeste de Nashville. Absorbía el tiempo y el humo, como queriendo acompasarlos. Miraba el reloj de pared y esperaba junto a la ventana, haciendo bailar sus pies sobre la madera del suelo. Permanecía en las tinieblas, agazapada, lista para saltarle a la yugular.

Las ráfagas de los faros que transitaban sigilosos la quinta con la calle Monroe proyectaban en el habitáculo todo un espectáculo de líneas verticales que fosforecían la estancia. Pero ningún coche paraba frente a la puerta. Entre las cortinas de tweed de apartamento de Burke se abrían paso también las voces de aquellos hombres que continuaban la pelea en la puerta del Mullingan’s.

Jane se movía de forma ceremoniosa por la habitación. Su silueta, enclavada en la esquina inferior del espejo oval de la cómoda, sólo cambiaba de posición para mirar el reloj o recargar la pistola. La miraba, echaba una ojeada a la acera, después a la puerta, y la volvía a guardar.

Los árboles de afuera, agitados por el vendaval de la noche e iluminados por las farolas naranja, se revolvían de manera mucho más violenta y hacían pasar desapercibidos los movimientos de Jane.

Se perfilaba los labios cuando les escuchó llegar. Cerró con sigilo el pintalabios y se quedó inmóvil. Intentó encajar de un solo golpe el capuchón dorado en la barra granate pero le costó tres intentos. Le temblaban las manos. Echó un vistazo rápido al reloj de la pared que ella le había regalado en su tercer aniversario. Eran las tres de la mañana. Todos dormían.

Ella permanecía clavada, como un compás sobre sus tacones mientras los pasos avanzaban. Eran cuatro pies. Dos llevaban tacones de aguja. Más delicados que los suyos. Algo más altos. Quizá también rojos. Y cada vez más cerca. Casi podía oír el tintineo de las pulseras rebuscando en el bolso. Rebuscando la llave.

Y oía risas, y sentía cómo la cabeza le iba a estallar por varios lados. Y cada vez sonaba más cerca. Oía el metal tan próximo como sus latidos en el cuello, como la respiración que removía todo el contenido de sus venas. Sonaron varios cláxones en el cruce y se aceleraron las líneas verticales que pasaban, como si fueran fotogramas en movimiento, por la cara de Jane. El tintineo estaba tan cerca ya. Y Jane empezó a marearse. Se apoyó contra la pared. Perdió el equilibrio cuando su oído empezó a percibir absolutamente todos los registros.

Empezó a oír las ramas. Y los gritos de los borrachos del Mulligan’s. Y los sonidos del neón de la cafetería de Betty. La televisión de la habitación contigua. Y se agarró con firmeza al arma. La empuñó. Le vio a él, a ella. Miró la cama. Esa cama. Y le dieron náuseas. Y empezó a sollozar. Y se vio allí, de pie, en el espejo.

Jane aguardaba apuntando ridículamente a la puerta que iban a atravesar ellos. Pero no podía hacerlo. No podía matarles. Se dio motivos, recordó la humillación, o fácil que él había superado la ruptura. Lo feliz que era. Y todo eso le hirvió la sangre, pero no podía moverse. Volvió a mirar la cama y le dolía el pecho, pero no se sintió capaz. Empezó a marearse. Se sintió absurda. Quería morirse. Allí mismo.

Al otro lado de la puerta los dos se comían a besos. Se empotraron contra la entrada. Estaban al otro lado. Espalda contra espalda. Jane sorbía las lágrimas. Cerró los ojos agarró con fuerza el pomo por dentro y atrancó la puerta. Escuchó con toda claridad cómo la pareja metía la llave en la cerradura. Y la puerta cedía.

De haber sido aquella la noche del día anterior, hubieran sido las 3:10 am. Pero hoy, gracias al cambio de hora eran, de nuevo, las 2:10 am. Se levantó, arrancó el reloj de la pared y salió corriendo. Aún estaba excitada. Rió. Primero tímidamente, después a carcajadas.

Ella había ganado una segunda oportunidad. Y los vecinos de enfrente del apartamento de Burke, una hora más de sexo.

TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS PARA B.K.V.

4 comentarios:

Enric Draven dijo...

Por un momento he pensado que abriría fuego contra la puerta :P

besos Kay

Enric

kay dijo...

yo también lo pensé por un momento ;)

Raul dijo...

Quizá tuvo que hacerlo, de una vez; acabar con ellos, y luego con su fantasma. O suicidarse.

Pero entonces nos quedaríamos sin historias que seguir, ¿verdad?

Aunque pueda parecer menos atractiva, quiero una histora de Jane feliz, por favor.

Anabel Rodríguez dijo...

Ja, ja, ja. Me encontraste antes que yo a ti. Eres más lista que el hambre. Repito, lo que te habrá llegado por otras vías, un texto muy bueno, no, no, no, no, no está desordenado.
No me había dado cuenta de que KAY es BKV, es que llevo unos cuantos días sin dar vueltas por el blog.
Por cierto, mi puerta es tu casa. ¿Te importa si te enlazo?
Saludos