Nunca me dieron la oportunidad de convivir con animales. A mi madre no le parecía bien, es más, su obsesión por la limpieza impidió que jamás consiguiera volver por la noche y tener un pequeño de cuatro patitas a quien le encante verte. Una vez lo intentó, a la desesperada. Debería ser quinto de EGB. Yo mataba por tener un gato y mi progenitora me aseguró que si sacaba todo sobresalientes me lo compraba. No lo hizo nunca. Yo no recuerdo si llegué a cumplir con el propósito –posiblemente no- pero apuesto a que rezaba porque me quedara en el notable. Ayer, para preparar un tema, quedé con una chica encantadora en el Refuxio de la ciudad donde vivo. Está a dos kilómetros, de camino al aeropuerto. Estuvo enseñándonos la perrera, la clínica y las gateras, y después de pasearnos entre olores y hedores de todo tipo, le tocó al espacio en el que están los gatitos.
Susana, que así se llama la chica, es presidenta de una protectora de animales, abrió un portalón de metal para descubrirnos a mi compañero y a mí su rincón favorito. Contaba que se acercaba hacia esta parte para darles cariño y enseñarles a querer y sobre todo a que perdiesen el miedo. Los acariciaba y lo repetía constantemente: “Tienen mucho miedo” cuando un perro decidía quedarse atrás sin dejar de ladrar o cuando un gato trepaba por su escalera cuando entran extraños en su territorio. Los gatitos se movían hacia la verja, sin miedo, acercando sus pequeñas naricitas hacia mi dedo, como buscando la llave. Tenían los ojos idénticos, igual que la cola, y las patitas. A su lado, un pequeños gato negro de ojos verdes, inmensos en la pequeñez, daba saltitos dentro del cubículo.
Eran casi veinte gatitos, abandonados, de esos que la gente nunca consigue regalar a un amigo. Felinos pequeños, frágiles, que buscan sólo que los cuiden, explicaba Susana, matizando que en realidad no distan nada de cómo nos comportamos nosotros. Dentro de una jaula, centrados en una tarea y esperando a que la vida pase. Parece increíble que los animales puedan recuperarse tan bien después de todo lo que sus dueños les hacen pasar. Perdigones en los ojos, orejas y colas mutiladas…
Contaba Susana que encuentran a los perros por el monte, otras veces se los traen para deshacerse de ellos y otras dejan atados a los perros a la valla del Refuxio o les lanzan desde el otro lado. Con nocturnidad y alevosía. Parece increíble que una persona pueda abandonar a su animal. Sí, aquel “Él nunca lo haría”, ¿se acuerdan?
Canción del día: vértigo, de ismael serrano
Vicio del día: cambiar de recorrido para volver a casa
Objetivo del día: retratar esa guerra municipal abierta
7 comentarios:
Bueno Kay, en el mundo hay personas que pegan a sus familiares, gente que maltrata a los amimalejos, e incluso algún desgraciado que hace ambas cosas.
El problema está en que no acierto el porque de sus actitudes, y lo peor es q no hay solución alguna.
Quizá deberían estar ellos atados a un poste.
Enric
PD: Te manda un especial saludo mi gato, el Sr Torpedo, con su naricita húmeda y su pata escayolada. Algún desalmado de atropelló hace poco.
es bonito saber que siempre tienes al menos una buena razón para llegar a casa. y compañía también.
el sr. ramón, al igual que el Sr. torpedo te manda saludo, pero sin escayola!
dejad que los gatos se acerquen a mi!!! jiji, qué ganas de poder adoptar a uno
muchas veces, las personas olvidan q no son más que meros animales, sin nada q realmente les distingue de los demás, y q todas las vidas valen, q ninguna vale más q otra
y en ese momento de olvidarse de ello, de que todos somos animales, es cuando más animalmente se comportan
abrazos ausientes y aunpartidos desde tu ciudad, dnd desde hoy, me quedo
...y a mí también el tuyo. Un abrazo y a ver si nos vemos en una de estas.
Hola, Kayser.
Pero al final, qué.
¿Cambiasteis el destino de uno de estos pobres bichos o qué?
Un abrazo
PD: ¿Y mi Maus? ;-)
Yo adopté a un gato hace ya 2 años y pico. Es un gato-perro porque te trae la pelota para que se la tires, te persigue por la casa y es cariñoso a más no poder.
Me dijeron en la asociación que los animales que adoptan tras ser abandonados suelen ser más cariñosos. Y a mi me pareció una paradoja preciosa.
Así que ya que estamos, Argi que está enroscado en su sofá, te manda un ronroneo ;)
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