lunes, 17 de enero de 2011

... ciudades clavadas como estacas



Hay ciudades que se clavan como estacas.
Que después de vivirlas uno ya no puede ser el mismo, ni debe serlo.
Ciudades intensas, cápsulas de vida en las que te quedas sólo un rato pero que latirán para siempre, sin remedio.

Así, vuelven a veces imágenes, sonidos, olores.
Sí, los cinco sentidos las vivieron y los cinco las recuerdan.
Porque agudizando el oído las hueles todavía, y si cierras los ojos te viene el sabor a la boca, el tacto en la lengua.

Hay ciudades por las que pasas y te arañan para siempre.

No soy de curarme rasguños deprisa sino darles tiempo para cicatrizar. Y asumir que a veces aún laten y duelen.

- Tengo el cuerpo lleno de marcas y cicatrices.
- Un diente medio roto, una quemadura en la cadera, un corazón en reciclaje.
- Y el revés de la piel cosido con distintas puntadas.

Las más profundas aún me bloquean a veces, me dan pequeñas descargas que me paralizan en el suelo para no cometer los mismos errores.

Yo no me creo esto de que la gente no cambie nunca.
Los sitios cambian a la gente.
Y las sonrisas que luego fueron lágrima se vuelven metralla.

Me remito a lo que he dicho sobre las cicatrices...
Y que claro que la gente cambia, lo que pasa que prefiere pensar que no lo hace para no tener que dar(se) explicaciones.

Que reescribir es lo más bonito de escribir. Pero también de vivir. Es que viene a ser lo mismo...

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