domingo, 27 de diciembre de 2015

Te amo

Ya nadie mira, ¿sabes?

Bueno, tú. Tú sí miras. O bueno, tus ojos en una fotografía que me he traído al salón y he puesto detrás del árbol de Navidad.

Para que te des cuenta de que estás aquí y me faltas a la vez y es un sentimiento tan difícil que no tengo palabras para contarlo. Ni vida para vivir sin tí.

Exploto. Estallo. Se me revienta el pulmón en el pecho porque el corazón no sabe explotar dos veces.

Agarro el diccionario. Busco, rebusco, me inundo de letras y no estás en ninguna. O estás en todas. Porque en todo estás y en todo faltas.

Tristeza. Sentimiento elevado a una potencia tan vibrante que se anula toda la carga (estática o cualquier otra). El caso es que pesa. Y lo siento como un cortocircuito dentro de la cabeza. Siento el pecho, siendo hormigas en los brazos y sólo quiero beber y fumar y comer y dejarme ir. E incluso meterme debajo de las sábanas y romper todas las cosas. Y quemar los libros y salir corriendo.

Eso.

Salir corriendo.

Que se me escapan las lágrimas sin pensarlo. Y yo que tanto he pensado y tanto he llorado en voz alta. Que tanto he contado con todos y he contado con tantos (y a tantos) y ahora no sé qué contarles.

Que mi padre se ha muerto. Que ha enfermado y ha sufrido y no está. Y que sufrió mucho. Porque sabía que nadie le decía la verdad. Y sobre todo los médicos.

Vivo como una tortura el rencor que no me deja avanzar.

Rencor sobre todos y sobre todo.

Echo de menos su voz. Y la tengo grabada, ¿sabes? Muchas conversaciones de hospital previendo que si alguna vez salíamos de ese infierno de pijamas verdes de la planta donde las ventanas están bloqueadas para que nadie se suicide nada volvería a ser igual.

Tampoco mi cumpleaños.

"Cumples 33", me dijo hace tres años. "No, papá. Son 30". Le respondí extrañada mientras me temblaba el labio inferior y me daba la vuelta para que no lo viera.

Le acababan de diagnosticar. Tenía miedo, como un niño pequeño. Cosa que nunca dejó de ser. Un niño grande que no medía sus reacciones cuando tenía pataletas. Pero un niño grande.

Aprendí a crecer tan rápido, que miro atrás y no veo absolutamente nada. Me es tan lejano el recuerdo de los buenos tiempos que no los veo.

Como si nunca hubieran existido.

El año que viene haré 33. Y sí, pienso mucho en ello y en la relatividad del tiempo y la física teórica.

Mi padre no acertó en la fecha. Se adelantó tres años.

Felicidades hija.

Gracias papá

Te amo.





3 comentarios:

Beauséant dijo...

Vivir es ir contando muertos y traerlos de vuelta con su recuerdo.. No dejes que se apague esa luz.

pqueno dijo...

No hay muchas palabras más que añadir (yo, de hecho, aún las busco para poder describir el último adiós de mi madre)

Abrazos ausientes y céntricos

Enric Draven dijo...

M'ha agradat molt!

Enric